Filosofía medieval en Argentina (05_2022)

Filosofía medieval en Argentina: Entrevista con Natalia Jakubecki

por Francisco Iversen

In this interview, Natalia Jakubecki (University of Buenos Aires) highlights both weaknesses and strengths of the academic system in Argentina and the “modus vivendi” of the academics that currently work there. Natalia also describes her academic path, philosophical interests, and research projects. In doing so, the interview engages with issues that concern all medievalists, if not all academics, such as the attitude of medieval studies in relation to positivist criticism, what “progress” means in science and philosophy, and the “Platonic” and “Aristotelian” approaches to our work.

Acerca de Natalia Jakubecki

Natalia G. Jakubecki es Doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA) con la tesis titulada “La propuesta ética abelardiana como apertura al diálogo con los infieles”, y Especialista en Ciencias Sociales con mención en Lectura, Escritura y Educación por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Desempeña su labor docente como Profesora Adjunta de Historia de la Filosofía Medieval en la Universidad del Salvador (USal) y Jefa de Trabajos Prácticos en la cátedra de Historia de la Filosofía Medieval en la UBA. Allí también es Titular del seminario de posgrado “Actualidad de la Filosofía Medieval”. Es Investigadora en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), y su principal línea de estudio es la construcción identitaria de los infieles en diálogos literarios escritos entre 1100-1500. Finalmente, es Coordinadora Editorial de la revista Patristica et Mediævalia.

Entrevista a Natalia Jakubecki

F: ¿En qué tema está trabajando actualmente y cuál considera que es su relevancia?

N: Mi investigación principal es la que hago como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina. Tiene como fuente los diálogos ficcionales escritos entre los siglos XI y XIV por pensadores cristianos occidentales, en los que los personajes pertenecen a credos diferentes. Digamos de manera esquemática que lo que pretendo es establecer las dimensiones antropológicas, gnoseológicas y éticas que subyacen en la construcción identitaria que el cristianismo hizo de los infieles. Me interesa especialmente analizar los argumentos y encontrar los supuestos por los cuales los interlocutores que no adhirieren a la “verdad cristiana” aparecen caracterizados como malos (lo que implica una incorrecta orientación de la voluntad), bien como necios (lo que conlleva un defecto en su entendimiento). Después, claro, hay varias inquietudes y puntos de interés específicos, ya que dependen de cada diálogo particular, que son muchísimos, la mayoría de ellos muy poco estudiados. Algunos incluso permanecen inéditos. Las fuentes que más trabajé por el momento son las Collationes de Pedro Abelardo, la Disputatio iudei et christiani y la Disputatio christiani cum gentili, ambas de Gilberto Crispino, la Disputatio inter christianum et gentilem, del Pseudo-Anselmo, y actualmente tengo la atención puesta en los Dialogi de Pedro Alfonso de Huesca.

En términos generales y dejando a un lado cuestiones relativas a los abordajes teológicos, históricos y literarios, creo que estos diálogos son una fuente riquísima para quienes nos dedicamos a la filosofía práctica. Pero también aparecen en ellos otro tipo de problemas filosóficos que a primera vista no esperaríamos encontrar ahí; muchos en relación directa con las artes liberales (otros de mis temas preferidos). En los diálogos de Pedro Alfonso, por ejemplo, se tratan cuestiones de astronomía de manera explícita, y como mostró Alex Novikoff en su capítulo titulado “The Place of Petrus Alfonsi in the Medieval Culture of Disputation” (2020), hay también una fuerte presencia de las artes del trivium. Ni qué decir con las Collationes de Abelardo.

Debo admitir que me gusta mucho trabajar con autores menores, digamos. Hay mucho por hacer con ellos, mucho por descubrir. Junto con Natalia Strok dirigimos un proyecto subsidiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que se llama “Necesidad, contingencia y libertad en los márgenes de la historia de la filosofía medieval”. Como lo deja entrever el título, estudiamos autores no canónicos, como Godescalco de Orbais, Robert Holcot o Girolamo Cardano, entre otros. Ahora, para terminar de sumarme trabajo, y para redoblar la apuesta con estos filósofos alejados del “mainstream”, digamos, me acabo de embarcar en una investigación para la que me ha tocado escribir sobre Prepostino de Cremona y Gaufrido de Poitiers, entre otros.

F: ¿Qué motivó su interés en el área de la Filosofía Medieval y en su tema específico de trabajo?

Más que interés, diría que mi fascinación por la Edad Media nació cuando cursé Historia de la Filosofía Medieval con la profesora Silvia Magnavacca. Yo me había anotado en la carrera con la idea de dedicarme a la Filosofía Antigua. Desde chica me enloquecía la mitología griega; en cambio, como estudié en una escuela religiosa, la Edad Media que conocía era una un tanto aburrida, llena de hagiografías extrañas y moralejas que me resultaban discutibles. Pero el curso con Magnavacca me deslumbró: no solo había santos, sino también herejes. Y lo mejor, unos y otros discutían con argumentos racionales todo tipo de cuestiones, desde cosmogónicas hasta políticas. Uno de esos “herejes” (que no considero tal) me sedujo más que ningún otro: Pedro Abelardo.

Magnavacca resumía la importancia de su ética de la intención con el ejemplo de la ordalía de Isolda, historia ya de por sí increíble. Decía, entonces, que la estratagema de Isolda solo funcionaba según la moral tradicional, pero que según la propuesta del Scito te ipsum, ella debería haberse quemado con el hierro incandescente. Creo que ese día decidí hacer un doctorado sobre la ética de Abelardo, pero no supe bien qué tema desarrollar, hasta que tuve la suerte de mantener una charla –breve, pero charla al fin– nada menos que con Mariateresa Fumagalli, a quien le conté mis inquietudes y me dijo que estudiara el problema de la moralidad de los infieles. Y le hice caso.

F: ¿Le parece que funciona bien el diálogo a nivel internacional entre intelectuales y universidades? ¿Cómo podrían afianzarse lazos en ese sentido?

N: Creo que a diferencia de lo que pasaba con quienes nos formaron, que dependían de la movilidad física para intercambiar ideas, y de suscripciones a revistas para estar al tanto de los avances y debates en el área, hoy tenemos mucho más contacto gracias a internet y a las publicaciones de acceso abierto. En ese sentido, se ha dado un cambio favorable abismal. También en cuanto a la movilidad institucional; noto que hay muchísimas más becas ahora que cuando yo era estudiante.

Con todo, en lo que toca a la Filosofía Medieval (aunque imagino que no seremos una excepción), cuesta bastante que en Europa se lea producción de otros continentes, y, lo que es peor, muchas veces ni siquiera en Latinoamérica leemos artículos de producción local. También he notado que en ciertos círculos no se lee sino lo escrito en su propio país y con suerte alguna que otra cosa en inglés que aparezca entre los primeros resultados de una búsqueda rápida en Google. De hecho, cada vez se lee menos en idiomas que no sean el propio o el inglés. Al respecto, me pasó que empecé a leer un artículo sobre la ética de Abelardo publicado en 2018, cuyo autor (no voy a decir quién) prometía resolver un problema que todavía nadie había resuelto. Pero ¡claro que había sido debatido y resuelto, y vuelto a debatir! Lo que pasa es que el autor leyó textos exclusivamente en inglés, y el tema ese fue trabajado a mediados del siglo pasado por autores franceses y alemanes.

En fin, a pesar de que nunca antes había sido tan fácil buscar material sobre un tema (excepto durante la pandemia, pero de eso hablo más adelante, ja), o contactarse con colegas de otros países, la atención que se le presta a quienes no se conoce en persona, o no pertenecen a la propia comunidad, sigue siendo poca. En ese sentido, creo que hay dos pilares que son claves y deberían fortalecerse. Por una parte, la movilidad internacional, que permite no solo crear lazos entre individuos sino también convenios entre instituciones. Las reuniones por plataformas virtuales, forzosamente popularizadas estos dos últimos años, ayudan, sí, pero no son suficiente. El otro pilar lo constituyen las asociaciones profesionales, que son un excelente motor de difusión de actividades, publicaciones e incluso ofertas laborales. De hecho, SOFIME es un ejemplo notable al respecto; alcanza con ver la trascendencia que cobró Iberica Philosophica Mediaevalia.

F: ¿Qué valoración puede hacer de lo que significó la pandemia de COVID-19 para los estudios medievales a nivel de docencia e investigación?

N: La verdad es que no sé si hay alguna diferencia específica entre los problemas que tuvimos los que estudiamos la Edad Media y los especialistas en otras épocas o de otras áreas teóricas. Imagino que quienes hacen trabajo de campo o necesitan un laboratorio han tenido muchos más inconvenientes que nosotros, que desarrollamos el grueso de nuestras investigaciones con una computadora y un libro.

Claro, eso suponiendo que se tenía acceso al material… Hubo quienes no alcanzamos a hacernos de algunos textos que íbamos a necesitar durante el encierro. El hecho de que las bibliotecas estuvieran cerradas (y en Argentina lo estuvieron por muchísimo más tiempo que en otros países) trajo varios problemas de diferente gravedad. Por ejemplo, con la gente del grupo de investigación que tenemos en la Universidad de Buenos Aires nos pasó que justo habíamos empezado a escribir un libro sobre la recepción del Timeo (que está por pronto a publicarse) que tiene parte teórica y traducción de fuentes. Hubo quienes el 20 de marzo del 2020 no tenían en sus casas la edición crítica o alguna pieza bibliográfica clave que no está en la web, pero el libro ya estaba en marcha, por lo que había que decidir si reestructurar el contenido o seguir como se pudiera. Por suerte, en nuestro caso, se trató de un escollo fácil de superar ya que contamos con muchos colegas en otras partes del globo que tuvieron la amabilidad de escanearnos lo que nos faltaba. ¡Todo agradecimiento sigue siendo poco! Sin embargo, en otros casos no fue tan sencillo. Acá en Buenos Aires unas colegas forman parte de un grupo de investigación internacional, Fragmentarium, cuyo propósito es ir recorriendo las bibliotecas del país buscando fragmentos de manuscritos, que por lo general no están catalogados o lo están de manera deficiente. Bueno, durante todo el 2020 e incluso durante buena parte del 2021 no pudieron hacer su trabajo porque las bibliotecas no las recibían; y para colmo tenían que rendir cuentas afuera. Eso sí fue un verdadero desastre.

Ahora bien, para algunos historiadores de la Edad Media la pandemia fue una excelente excusa para escribir y dar conferencias sobre las enfermedades, las relaciones de poder y, en especial, sobre la peste negra, la protagonista indiscutible. Y me parece fantástico, porque es una muestra concreta de cómo la historia no es en absoluto el estudio de un pasado muerto y estéril, sino que nos ayuda a pensar el presente, o al menos a encararlo desde perspectivas diferentes. Desde luego, también pasó algo similar con la filosofía, donde hubo muchísimos espacios de reflexión sobre temáticas afines a la vida, la muerte, etc. Pero esto ya no es privativo de los estudios medievales…

F: Hay quien dice que se nace platónico o aristotélico: ¿acuerda? Cómo se calificaría: ¿platónica o aristotélica? ¿Qué nos hace de uno u otro equipo?

Por supuesto que concuerdo. Yo soy aristotélica: me declaro una apasionada de la sustancia primera. Sin embargo, suelo investigar sobre autores platónicos. Para eso, un gran amigo y colega, Gustavo Fernández Walker, tiene una explicación que me resulta convincente: muchas veces sucede que estudiamos la tradición contraria a la que mejor nos sienta porque, ¡qué sentido tiene ponerse a estudiar la que “obviamente es la correcta”!

F: Teniendo en cuenta hechos históricos propios de la Modernidad, como el desarrollo de la imprenta y la caza de brujas: ¿qué balance puede realizar acerca del paso del Medioevo a la Modernidad? ¿Podemos hablar sin más de un progreso histórico lineal y acumulativo?

N: Sinceramente, no es una época que haya estudiado con particular cuidado, por lo que no puedo sino hacer un comentario general. Soy de quienes piensan que la historia no da saltos, sino que hay continuidades que explican muchos avances, y que no siempre se las ha rastreado con el mayor de los cuidados. Esto es bastante claro en lo que toca al momento de la historia sobre el que gira la pregunta. Aunque hace tiempo se viene cuestionando, ha quedada muy instalada en el imaginario, y no solo en el popular, la idea de que en el Occidente cristiano la filosofía extra-universitaria de los siglos XV y XVI representa un corte tajante con la producción filosófica anterior e incluso con la circundante (es decir, la que se hacía dentro de las universidades), y que ello es producto de una relectura únicamente de fuentes clásicas y, a lo sumo, patrísticas. Justamente ahora estoy terminando de leer el último libro de Christophe Grellard, La possibilità dell’errore. Pensare la tolleranza nel Medioevo (2020), que funciona como un buen ejemplo en contra de esta visión rupturista. Gracias a un rastreo que alcanza tanto a autores célebres como otros bastante poco conocidos, y a la reconstrucción minuciosa de sus argumentos, Grellard muestra cómo los debates medievales sobre la ignorancia invencible y la obligación de conciencia errónea son una pieza teórica clave para la formación de la noción moderna de tolerancia religiosa, que sí, es moderna, pero no nació de un día para otro. 

Ahora bien, hay que admitir que también hay rupturas, por lo que eso de “lineal y acumulativo” tampoco es del todo acertado, ni en lo que respecta a la transición Edad Media / Modernidad, ni a ninguna otra. No hay que olvidar que, en definitiva, se trata de etiquetas historiográficas que ponemos para ordenar un poco las cosas, pero que, al fin y al cabo, son arbitrarias. Al respecto, puedo recomendar la lectura de dos textos que abordan estas cuestiones con mucha sagacidad. En lo que hace a cuestiones históricas en general, hay un libro de Le Goff que se tradujo al castellano en el 2014, justo después de su muerte, ¿Realmente es necesario cortar la historia en rebanadas? Es interesante porque es una síntesis de una tesis que sostuvo toda su vida, la de una “larga Edad Media” que termina recién en el siglo XVII, cuando América empieza a ser un interlocutor real de Europa. Con esta tesis no sé si estoy totalmente de acuerdo, sobre todo porque deberíamos terminar aceptando que la caza de brujas fue medieval (jeje). Por otra parte, hay un texto muy breve de John Marenbon, “Shallow Periodization and the Long Middle Ages” (2018), que el subió a Academia.edu, en el que entra en diálogo con Le Goff, pero atendiendo especialmente a la Historia de la Filosofía. Muestra ahí todas las falencias que tiene intentar establecer cortes rígidos y bien delimitados entre períodos, porque siempre algo queda afuera, porque siempre hay alguna excepción de peso. En lugar de las divisiones usuales, propone –y yo coincido– que la periodización sea más superficial (“shallow”) y siempre provisoria. Este enfoque no solo permite transiciones más graduales sino incluso es más amigable con los solapamientos, que son, a mi modo de ver, el punto más débil y hasta fastidioso, diría, de la periodización tradicional.

F: ¿Puede contarnos un poco sobre la situación para los académicos en Argentina? ¿Cómo calificaría la vida del investigador y el docente universitario en el país?

N: En cuanto a lo material, la verdad es que tenemos unas condiciones bastante malas: mal sueldo, malas condiciones edilicias, no muy buenas bibliotecas… En algunas universidades, ni siquiera tenemos una oficina propia, por lo que hemos naturalizado el trabajar desde nuestras casas. Eso no es así prácticamente en ninguna parte del mundo. En contra partida, en cuanto a “lo espiritual”, si se quiere, somos increíblemente fuertes. Frente a las carencias materiales, nos las arreglamos de mil maneras para hacer buenas investigaciones y dar buenas clases, para seguir teniendo el mejor nivel posible. Y en la mayor parte de los casos me parece que lo logramos. Creo que, en cuanto a la calidad, no tenemos nada que envidiar a nadie. Insisto: nuestro gran problema son las condiciones materiales. Pienso, por ejemplo, en la adquisición de material bibliográfico, que siempre es EL gran dolor de cabeza, pero más tarde o más temprano terminamos ingeniándonosla para dar con lo que necesitamos: o pedimos becas (que, por suerte, hay muchas y funcionan bastante bien), o subsidios, o a colegas de afuera.

Demás está decir que hablo en términos generales. Siempre hay excepciones. Pero bueno, nada que no suceda en cualquier otra parte.

F: ¿Qué opinión le merece quien ataca a los estudios medievales como lo ha hecho un exministro argentino de Ciencia, Tecnología e Innovación, que los calificó como improductivo “goce hedonista” para quien los desarrollan? ¿Cómo se puede responder a quien opina de tal manera?

N: No me gusta entrar en cuestiones de política, pero desde luego comparto la indignación de mis colegas locales con esos dichos, y los repudio enérgicamente. Ha sido un ataque gratuito de alguien que, para colmo de males, fue durante doce años –o sea, durante tres gobiernos de diferente color político– el principal encargado en nuestro país de velar por el desarrollo del conocimiento científico y técnico.

Para saber qué responder a quien opina así hay que saber primero por qué opina así, ya que puede deberse a simple ignorancia o a infinitas variables. En cuanto al exministro, no tiene sentido especular acá sobre sus motivos. Lo que sí tiene sentido acá es recomendar algunas lecturas, sobre todo a quienes comparten las ideas del exministro. Hay tres artículos en especial que me parecen muy interesantes para pensar el lugar de los estudios medievales, y que deberían leerse en orden de publicación porque, además, lo bueno es que el segundo retoma el primero, y el tercero retoma los dos anteriores: John Marenbon, “Why Study Medieval Philosophy?” (2011); Pedro Mantas, “¿Para qué una Historia de la Filosofía Medieval? John Marenbon y la tesis de lo intempestivo” (2019); y finalmente Nicolás Lázaro, “Medioevofobia. Notas sobre la investigación acerca de la Filosofía en la Edad Media” (2020).

F: Hay autores que convocan a utilizar “botas de siete leguas” y evitar los estudios medievales. Algunos porque sugieren que la Edad Media es un periodo oscuro, otros porque dicen que no se escribe filosofía sino mera teología, otros porque entienden que no hay originalidad sino reiteración de la Filosofía Antigua. ¿Le parecen atendibles este tipo de comentarios?

N: Bueno, esto sigue más o menos la línea del prejuicio anterior. Pero la verdad es que, en definitiva, no, no me parecen atendibles. Me parecen debates ya superados. No le veo mucho sentido a seguir dando vueltas eternamente sobre lo mismo.

Además, hay que distinguir entre quienes sostienen eso dentro y fuera de la profesión. Quizá el caso más grave sea el de la poca (según creo / espero) gente formada en humanidades que todavía piensa así… bueno, no estará muy bien formada, pero imagino que, en caso de querer pulir sus conocimientos, tendrá recursos como para buscar algo de todo lo que hay escrito. Confío en que al menos tendrán cerca algún colega con mejor instrucción para que les recomiende una lectura provechosa.

Quienes, en cambio, no tienen formación en alguna de las disciplinas que estudian la Edad Media (Filosofía, Letras, Historia, Arte y afines), probablemente seguirán creyendo esas cosas. Yo siempre digo que la Edad Media es víctima de la mala prensa iluminista, ¿qué le vamos a hacer? De todos modos, estos prejuicios no son más que eso, prejuicios, por lo que, al menos en mi experiencia, se desarticulan con bastante facilidad cuando entran en contacto con las fuentes. Mire, desde el 2016 dicto el seminario “Actualidad de la Filosofía Medieval” en el marco de un posgrado de la Universidad de Buenos Aires que está pensado para profesionales de otras carreras. Tuve gente de todas las áreas que pueda imaginar: algunas bastante cercanas, como Derecho o Psicología, pero otras bien distantes Química o Ingeniería. Casi todos comenzaron el curso a regañadientes, creyendo quizá que iba a dar catequesis, y terminaron maravillados no necesariamente con la Edad Media en sí, que puede gustar más o gustar menos, sino con el contraste que había entre lo que creían que íbamos a ver y lo que efectivamente vimos. Algo bastante parecido pasa en los cursos grado. De hecho, algo bastante parecido me había pasado a mí como estudiante.

Después, siempre están las personas testarudas que no están dispuestas a cambiar de opinión ni se interesan por escuchar razones. Ahí no hay mucho qué hacer. 

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